Pablo Morales es Coordinador de Pastoral de Fundación Hospitalarias Madrid.
Tengo la impresión de que llevamos mucho tiempo separando entre lo humano y lo sanitario, cuando ambas dimensiones son inseparables. Lo ideal es, sin duda, que la persona, en un contexto sanitario, sea tratada lo más humanamente posible. Pero, hoy por hoy, corremos el peligro de imponer la tiranía de las nuevas tecnologías por delante de una atención verdaderamente humana.
¿Quién pondría en duda que cualquier avance en el sistema sanitario es para bien? Nadie. Pero debemos diferenciar entre, por una parte, los avances que permiten curar y mejorar la salud y, por otra, la imposición de lo tecnológico por delante del trato cercano y amable que debe suponer la relación terapéutica.
Si no atendemos a este dilema, poco a poco se irá instalando un sentimiento de soledad y frustración entre quienes prestamos estos servicios, puesto que el trato humano de calidad se irá perdiendo. Y podemos acabar siendo cómplices obedientes de una tendencia que se va instalando paulatinamente.
Ante esta evidencia, es necesario que sigamos estando allí donde se encuentran las heridas y ansias más profundas de las personas que atendemos. Allí donde se “juntan el hambre con las ganas de comer” está nuestra felicidad. Y me temo que, al paso que vamos, cada vez habrá más hambre de humanidad en nuestro sector. Creo que ese es nuestro propósito vital como institución hospitalaria: ofrecer un trato humano.
Mientras los demás reivindican su hacer poniendo el acento en las últimas tecnologías, en Fundación Hospitalarias debemos permanecer fieles a aquello que hizo posible este sueño. Hoy más que nunca tenemos que ser rebeldes y ejercer nuestra humanidad como poder terapéutico en la relación con las personas atendidas. He ahí nuestro mayor potencial.
Sé que no es fácil vivir esta tensión entre ser un profesional y una persona humana. Quizás la solución a este dilema sería autoconvencernos de que somos humanos antes que profesionales y de que, por tanto, hay que vivir esa sana tensión entre el ser y el deber ser, entre la persona y el personaje. Pero, ¿cuántas veces ponemos al personaje por delante de la persona?
Atender desde el corazón
Necesitamos hombres y mujeres que sepan conjugar lo profesional con lo personal, la ciencia y el afecto, el saber y el corazón. Personas que, con su know how, se liberen del miedo y ayuden a mirar la vida con confianza y amor en medio de los grandes desafíos que nos impone la vida. Nuestra tarea no es únicamente atender lo patológico, sino, sobre todo, entender que aquella persona que atendemos es un padre, una hermana, un hijo, un nieto, una persona con una historia particular…
Lo más humano es que pongamos en diálogo nuestros dos hemisferios: el derecho y el izquierdo, la parte racional y la emocional, la teórica y la intuitiva… Aquella que desea tener todo bajo control y aquella que se abre a la novedad en cada momento que se enfrenta.
Cuantas veces se nos ha dicho que había que tomar distancia de las historias personales, dejar la humanidad a un lado o “venir llorado de casa”… Precisamente lo que nos hace humanos es traer una y otra vez, en el trato con los pacientes, aquellas historias que nos hacen ser lo que somos. Los cuidados sanitarios serán humanos siempre y cuando pongamos en juego la razón que nos llevó a elegir la labor que hoy ejercemos. Esa razón que se deja iluminar y tocar por la intuición y la novedad.
Cuando ponemos el corazón en juego, nos dejamos afectar por las personas que buscan nuestra atención. Seguramente este es un asunto cuestionable: el grado de cercanía y afectación del profesional con la persona atendida. Pero lo cierto es que todos nuestros actos son terapéuticos. El tema está en situarlos en la correcta relación, de tal manera que favorezcamos una recuperación.
Ser nuestra mejor expresión
La gran invitación que nos hace la vida es convertirnos en la mejor expresión de lo que decimos ser, dando valor a nuestras potencialidades y poniendo en juego, en cada acto terapéutico, nuestra vocación personal e institucional.
Ciertamente es un viaje personal y colectivo. Si nuestras instituciones tienen claro hacia dónde ir, y muchas personas también lo tienen, sólo será cosa de encontrar el punto de conexión entre ambas realidades.
Como institución hospitalaria y sanitaria, con profundas raíces en la Iglesia, debemos seguir defendiendo que el propósito del acto sanitario no es sólo curar y diagnosticar (y todo lo que ello implica), sino también ayudar a las personas a tener unas vidas lo más dignas y gratificantes posibles.
De esta forma, reafirmaremos nuestro compromiso hospitalario: poner siempre a la persona en el centro de todo lo que hacemos.
Pablo Morales es Coordinador de Pastoral en la Fundación Hospitalarias Madrid. A través de su trabajo, acompaña a los pacientes y sus familias en momentos difíciles, bien sea durante la recuperación de una enfermedad o en los cuidados paliativos.